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Paganini el violinista del Diablo


Las increíbles teorías para el virtuosismo del violinista.

Durante mucho tiempo, en los salones musicales de media Europa, corrió un rumor que hasta hoy no ha podido ser desmentido. El genovés Niccolo Paganini (1782-1840), considerado por muchos como uno de los mejores violinistas de todos los tiempos (si no el mejor), había vendido su alma al demonio para obtener un extraordinario virtuosismo con este instrumento.



Los rumores sobre el trato con el maligno comenzaron cuando Paganini contaba con solo cinco años, cuando el diablo supuestamente se le apareció en sueños a su madre, Teresa Bocciardo, asegurándole que, a cambio de su alma, su hijo sería un violinista de fama mundial. Ante tamaña revelación, se cuenta que su padre, Antonio Paganini, un virtuoso con la mandolina y el violín, obligó al pequeño Niccolo a practicar durante más de diez horas diarias. Otra versión, contada por algunos conocidos del músico, por el contrario, aseguraba que el mismo Paganini, ya joven, se había postrado delante del maligno para repetirle el juramento: “Le dijo que su alma era suya a cambio de tocar como un ángel. Se encendió una luz que nos cegó. Paganini se puso de pie y siguió su camino”.

Como sea que fuere, a los 9 años Niccolo Paganini hizo su primera aparición pública, realizando su primera gira por varias ciudades de Lombardía cuatro años más tarde. Sin embargo, desde los 16 años, Paganini comenzó a digerir mal el éxito y a llevar una vida disipada: se dedicó al juego y sus continuas pérdidas le obligaron a vender hasta su propio violín; aunque, afortunadamente para él, al parecer un admirador suyo le regaló el famoso violín Guarnerius (fabricado por Giusseppe Guarnero) con el que asombraría al mundo.

Paganini también estaba obsesionado con las mujeres, hecho que lo llevó en más de una ocasión a meterse en líos de faldas y terminar en la cárcel, pese a su fealdad manifiesta. Francesco Bennati, su médico personal en París, lo describe como “pálido, delgado y de mediana estatura. Aun teniendo 47 años, su delgadez y la falta de dientes le provocaron el hundimiento de la boca y le hicieron la barbilla más prominente, lo cual le daba una apariencia mayor de lo que era. A primera vista, su cabeza era voluminosa, sostenida por un cuello largo y estrecho, mostrando una acentuada desproporción con sus delicadas extremidades». Otras semblanzas lo describen como “estrecho de pecho, con la frente alta, ancha y cuadrada, nariz aguileña, orejas protuberantes, y cabello negro y desgreñado que contrastaba con la palidez cadavérica de su piel”. En resumen, Paganini era un sujeto poco agraciado físicamente que, para mayor inri, siempre vestía de negro, lo cual le daba un aspecto más siniestro o derechamente diabólico.




Por si lo anterior fuera poco, también había cosas que no podían ser explicadas por la medicina. Un médico de Viena que lo atendió aseguraba que Paganini “movía todas las articulaciones lateralmente y podía doblar hacia atrás el pulgar hasta tocarse el meñique, pues movía sus manos con tanta flexibilidad como si no tuviese músculos ni huesos”.

Su creativa técnica con el violín (llegó a poseer cinco de estos instrumentos: dos violines Stradivarius, dos Amati y un Guarnerius, su favorito, llamado “Il Cannone”) asombró tanto al público de la época que muchos llegaron a pensar que existía algún influjo diabólico sobre él, porque no solo su apariencia era misteriosa y extraña, sino que también sus composiciones musicales eran precursoras y revolucionarias. Se decía que en la mayoría de sus apuntes aparecía una nota extraña, la cual decía “nota 13″.

En sus conciertos, que lo llevaron a muchas capitales de Europa como Viena, París y Londres, hacía gala de su improvisación y podía interpretar obras de gran dificultad únicamente con una de las cuatro cuerdas del violín (retirando primero las otras tres, de manera que estas no se rompieran durante su actuación), y continuar tocando a dos o tres voces, de modo que parecían varios los violines que sonaban. Durante un concierto, de hecho, asombró a la audiencia empleando tan solo dos cuerdas de su instrumento: una grave, la de sol, para simular la voz del hombre, y otra más aguda, la de mí, para imitar la de un joven. Y solía tocar su célebre Movimiento perpetuo a la increíble velocidad de 12 notas por segundo.

Un crítico del diario “La Gazzeta Piamontese”, después de escuchar uno de los conciertos de Paganini, escribió: “Tiene algo de diabólico, una habilidad casi sobrenatural. Muy a menudo su violín ya no es un violín. Es una flauta, es la limpísima voz de un canario bien amaestrado; supera las más incomprensibles dificultades con una facilidad indecible”. El gran compositor alemán Félix Mendelssohn también alabó la manera en que Paganini tocaba el violín: Su ejecución sin equivocaciones está más allá de lo imaginable… Porque él es tan original, tan único, que se requeriría un análisis exhaustivo para poder expresar una impresión sobre su estilo.

Obra y muerte.

Las obras de Paganini incluyen veinticuatro caprichos para violín solo (1801-1807), seis conciertos y varias sonatas. Además, creó numerosas obras en las que involucraba de alguna manera a la guitarra (unas 200 piezas). Su técnica de arco exquisita influyó a músicos como Johannes Brahms, Sergei Rachmaninoff y Franz Liszt, quien, fascinado por su imaginativa técnica, desarrolló un correlato pianístico inspirado en lo que Paganini había hecho con el violín.

La salud de Paganini se fue deteriorando a causa de una tuberculosis diagnosticada en 1819. Después de dejar de dar conciertos en 1834, de sufrir dos fuertes episodios de hemoptisis y de intentar combatir las secuelas de una sífilis que también padecía, falleció en Niza el 27 de mayo de 1840. Tenía 58 años. En su lecho de muerte se negó a recibir los auxilios de un sacerdote, por lo que el obispo de Niza le negó sepultura religiosa a sus restos mortales. Su cadáver fue embalsamado y solo pudo recibir sepultura muchas décadas más tarde, en 1876, en el cementerio de Parma, lugar donde reposan hasta el día de hoy. La leyenda de artista maldito, genial y diabólico de Niccolo Paganini, por descontado, lo perseguiría incluso después de muerto.

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